Peréz Zeledón honra a Mandela con una cárcel sin tintes de prisión

​Amplias zonas verdes, lecciones universitarias, cancha de fútbol y televisores de 60 pulgadas. En Pérez Zeledón esta prisión brinda un trato digno a los reos.

Texto: Alonso Mata; Fotografía: Carolina Bello

01/10/17 | 11:44am

La luna aparece en el cielo como todas las noches, es una luna común y corriente, ni llena ni cuarto menguante, pero a los residentes los deja mudos. Tras años sin verla habían olvidado cuán bella era. Esa noche del 31 de mayo del 2017 apenas si pueden dormir, se desvelan observando el espectáculo, saboreando ese pedacito de libertad.

Es la noche del día en que dejaron de ser reos y se convirtieron en residentes al mudarse de una cárcel convencional a una sin tintes de prisión: amplias áreas verdes, cancha de futbol, aulas con computadoras, una barbería y dos salones con televisores de 60 pulgadas. Aún son privados de libertad, pero ya no viven en celdas, sino en residencias, asisten a un salón de clases donde reciben lecciones de bachillerato y de universidad, tienen trabajos y manejan su propio horario, sin necesidad de que un carcelero les dé órdenes.

Tal descripción que parece de una cárcel modelo en una país de avanzada, es la Unidad de Atención Integral (UAI) Pabru Presberi situada en Pérez Zeledón, a 150 kilómetros de la capital, bautizada con el nombre del héroe indígena que lideró la resistencia contra los conquistadores españoles. Pero en realidad, a quien honra es al expresidente sudafricano Nelson Mandela, quien pasó preso 27 años de su vida.

Como Reglas Nelson Mandela se conocen los principios y prácticas mínimas de las Naciones Unidas, aprobadas en 2015, que hoy en día se reconocen como idóneos para el tratamiento de reclusos y la administración de centros penitenciarios.

El premio mayor

Guillermo Benavente dice que fue como ganarse la lotería: pasar de una prisión en donde dormía hacinado con más de 50 reclusos, a una en donde comparte habitación solo con otras tres personas.

“Es que ni siquiera se puede comparar, usted ni se imagina, allá había 48 camarotes y entre ellos casi no había espacio, además en la noche había compañeros durmiendo en el suelo y en el baño”, narra Guillermo, de 34 años, quien desde que fue reubicado en la UAI ha bajado 20 kilos, gracias a una mejor alimentación y a que tiene espacio para hacer ejercicio.

“Allá nos encerraban desde las 5:30 de la tarde, todos hacinados, casi ni podíamos movernos, por eso la primera noche acá nos quedamos asombrados con la luna, porque allá ni siquiera se veía por las ventanas”.

Cuando Benavente habla de “allá” se refiere al Centro de Atención Institucional Antonio Bastidia de Paz, una cárcel convencional de donde proviene casi todos los 88 residentes de la UAI, aunque está tiene capacidad para 256. La idea es que para diciembre todos los cupos estén llenos.

Benavente es el bibliotecario de la UAI y estudia un diplomado en GestiónTurística Sostenible por medio de la Universidad Estatal a Distancia UNED). Él se ofrece a darle al equipo de AmeliaRueda.com un tour por las instalaciones del centro de detención. El lugar tiene un aire similar al de la Ciudad de la Investigación de la Universidad de Costa Rica (en Sabanilla de Montes de Oca): colores grises, zacate cuidado, salones con pupitres y baños aseados...

Nuestro guía, originario de Ciudad Neily y padre de dos muchachos de 13 y 14 años, camina sonriente y nos presenta a otros residentes igual de risueños: el que todos los días corre una hora, el que organiza un campeonato de futbol 5, el que anda en silla de ruedas, el que da clases de Estudios Sociales a sus compañeros; todos caminan libres cual si caminaran por un residencial.

Al llegar a su camarote, Benavente saca la guitarra y nos cuenta que junto a otro recluso tiene un grupo musical y que incluso ya grabaron una canción. Improvisa un concierto, elige un “cover” en inglés: Every Rose Has Its Thorn, de Poison

Every rose has its thorn

just like every night has it's dawn

just like every cowboy sings a sad, sad song

every rose has its thorn

La traducción al español del título de la canción es “Toda rosa tiene una espina”, y sí, todos tenemos espinas… las del bibliotecario bonachón le significaron una condena de ocho años de prisión: el castigo por vender droga.

Los residentes de la UAI Pabru Presberi han cometido todo tipo de delitos: homicidios, robos, violaciones. Los únicos que están excluidos de participar en el proyecto son aquellos condenados por crimen organizado.

Así lo explica la directora Yalile Galera, una trabajadora social de 41 años quien asegura que el modelo implementado en la UAI es único en la región, que no hay nada similar en ningún otro país del continente.

“Tener más espacio para movilizarse, la opción de estudiar, recibir formación técnica, asumir la responsabilidad de su horario… todo eso mejora su salud mental”, dice.

Volver a la sociedad

El UAI es una especie de puente entre la cárcel convencional y la sociedad, es una manera de ayudar al recluso a que se adapte a vivir en comunidad, y que su regreso a casa, a su barrio, a su trabajo no sea abrupto ni le signifique un choque. “Aquí no tienen que estar a la defensiva, la violencia y agresividad disminuyen”, detalla Galera.

Claro que la opción del UAI no está abierta para todos, entre los requisitos destacan que la condena debe ser mayor de 3 años y menor de 15, además el privado de libertad debe tener un comportamiento ejemplar, mostrar arrepentimiento y deseos de superación, todo esto es evaluado por una comisión interdisciplinaria que es la que finalmente determina cuales reos pueden convertirse en residentes.

Además de la UAI de Pérez Zeledón, cuya inversión total fue de $14,6 millones, hay otra que funciona en San Rafael de Alajuela, llamada Reynaldo Villalobos, la cual también inició operaciones el 31 de mayo pasado y alberga actualmente a 287 residentes, aunque tiene capacidad para 704 (su costo fue de $22,5 millones).

Con menos de cuatro meses de operación, ya las UAI son blanco de críticas, pues la voces más conservadoras – entre las que se incluyen candidatos presidenciales – las catalogan de una alcahuetería o vagabundería.

Mas las reglas para los residentes son muy claras: estudiar, trabajar, no infringir la ley y no ocasionar problemas, quien las viole –las instalaciones, excepto baños y dormitorios, se monitorean con cámaras– debe someterse a un proceso de resolución alterna de conflictos, y si la falta es muy grave el infractor puede ser “regresado a la cárcel convencional”. Lo que sería, en palabras de Benavente, como ganar la lotería y tener que devolver el dinero del premio.

La directora Galera afirma que el éxito o fracaso del proyecto se evaluará con el tiempo, aunque destaca que en estos primeros meses es notorio el cambio positivo en los residentes. “Estamos en un proceso de prueba, apostando por algo diferente, dándole dignidad a los privados de libertad, a la gente se le olvida que ellos tarde o temprano regresarán a la sociedad, queremos que cuando les toque regresar sean mejores personas”.

Benevente cierra el tour en la lavandería, equipada con máquinas lavadoras y secadoras, y nos cuenta que “allá” (en la cárcel convencional) la ropa se ponía en un balde y luego tocaba patalear dentro de éste para tratar de eliminar la suciedad.

Al bibliotecario le quedan al menos dos años más en prisión antes de que pueda solicitar libertad condicional. Aunque en la UAI se sienta un poco libre, extraña a sus hijos y a su novia y añora estar con ellos, fuera de la cárcel.

“Hay gente que dice que como aquí nos tratan tan bien no nos va a importar volver a quebrar la ley, pues volveríamos aquí mismo, pero que va… nos mandan primero allá, a la verdadera cárcel, hacinados, sin poder movernos…Nadie quiere eso, nadie quiere regresar, los que estamos acá es porque nos lo hemos ganado, trabajamos y estudiamos, y cuando salgamos vamos a contribuir a la sociedad”, cierra su discurso, se despide y se va caminando por la zona verde, libremente.

Every rose has its thorn, toda rosa tiene su espina.


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