De cómo varias generaciones de turrialbeños hoy le ofrecen homenaje a su mentora de infancia y de vida, más allá de la extraordinaria educadora que fue Silvia Salazar.
Yuri Lorena Jiménez
20/11/22 | 16:30pm
Unos meses atrás, el pasado 20 de julio, el cantón de Turrialba entraba en duelo ante el fallecimiento de la niña que formó a cientos de alumnos en la escuela Jenaro Bonilla, la popular y prestigiosa escuela pública de la campiña azucarera que se erigió desde el siglo pasado.
La niña Silvia era, para la muchachada de entonces, un eje de vida, mucho más que una maestra: no hay quien no narre cómo la querida y admirada docente hormó sus vidas en una de las etapas vitales, la infancia.
Susan Francis Salazar, la primogénita entre cinco hermanos, un varón y cuatro mujeres, es hoy una exitosa catedrática universitaria y recordó así a su adorada madre.
“Mi mamá es aquella persona que siempre te llena de asombro, admiración, alegría. Siempre divertida, paciente y comprensiva. De las cosas que más me marcó fue su amor por el trabajo, su solidaridad con sus estudiantes y sobretodo la gran pasión responsable que tenía por la Educación. ¡Hoy no sería yo quien soy sin sus palabras, consejos y reprimendas!", dijo ocultar sus lágrimas al retomar el tema de su madre.
La niña Silvia (blusa verde) en una foto tomada varios años atrás con toda su familia. Cortesía Susan Francis.
Y es que los testimonios se cuentan por docenas y más.
Tatiana Mora, hoy de 56 años, como gran parte de aquella generación, esgrime la herencia que le dejó la niña Silvia tras su fallecimiento, a medio año, y que se constituyó prácticamente en duelo local en Turrialba.
“¿Cómo decir una cosa o hablar solo de un momento, cuando ella me cambió la vida?” reflexiona Tatiana.
“Educadora con todo lo que esto signifique, nos obligaba a pensar, y no por fuerza, sino porque estimulaba esa curiosidad propia que traen los niños bien asignada hasta hacerla reventar en ideas . No recuerdo un examen (académico), pero lo que aprendí me quedó para toda la vida, me enseñó que yo puedo si quiero, que las emociones se manejan y que aprender es lo mas maravilloso que podemos tener en la vida. Por eso ella siempre ha sido mi medida, y las otras maestras que yo me encontré con mis hijos nunca fueron de su talla”, rememora Tatiana.
Por otro lado, Karen Lonis Bolaños, quien reside desde hace 30 años en Carolina del Sur, destaca que su vida no sería la misma sin la niña Silvia.
“Soy lo que soy gracias a la capacidad que tuvo ella de hacernos cantar, averiguar, trabajar. En el cielo está sin duda, en el cielo de los que iluminan el mundo, como una estella grande que todavía hoy nos envía su luz en los recuerdos”, dijo Lonis.
Y Sonia Badilla, su alumna y quien en ese momento era de escasos recursos, agrega: “Tengo tantos recuerdos de mi niña Silvia, sobre todo que ella se preocupaba de que yo tuviera mis cuadernos porque éramos pobres, a mi madrecita le costaba tanto comprar , éramos tantos hijos a cargo de ella… Pero la niña Silvia hasta en eso fue bella con los alumnos que más necesitábamos y nunca, pero nunca, nos hizo sentir menos que los demás".
Eminente maestra, ella dejó una huella imperecedera en todos sus alumnos, batalló con hidalguía --fiel a su ADN-- contra un cáncer. Finalmente, cruzó en paz, una paz que sobrepasa todo entendimiento y que permeó a sus hijos y a su esposo, el también prestigioso doctor Stanley Francis, otra leyenda turrialbeña.
La niña Silvia se nos adelantó pero vaya legado que dejó. Una estela de historias maravillosas que marcaron la vida de cientos de sus alumnos, por no decir, de miles. Turrialba la lloró y la honró por igual: misión cumplida y con creces, mujerón de alma tan transparente como sus maravillosos ojos azules. Paz y bien.
La niña Silvia con sus hijas Susan (derecha) y Sandra (al centro) junto a Karen Lonis, izquierda. La foto fue tomada hace unos 48 años. Cortesía Susan Francis
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