<i>Rosario Zamora Martínez perdió a sus tres hijas en la Masacre de Alajuelita, un crimen en el que, en total, fueron asesinadas siete mujeres. Las otras cuatro víctimas eran sus tres sobrinas y una hermana. Treinta y seis años después, ella narra cómo ha podido sobrevivir a algo así y todavía tener amor para ofrecérselo a los demás.</i>
Yuri Lorena Jiménez
12/08/22 | 08:58am
La conmoción que despertó en el país el cruento crimen que marcó para siempre la fecha del domingo 6 de abril de 1986 sigue en la memoria colectiva de las generaciones que fuimos testigos de cómo el horror y la impotencia se sitiaban en una sencilla vecina de Alajuelita, cuya vida daría un terrible y absurdo vuelco desde aquel día.
Doña Rosario Zamora Martínez perdió a sus tres hijas en la 'Masacre de Alajuelita', un crimen en el que, en total, fueron asesinadas siete mujeres. Las otras cuatro víctimas eran sus tres sobrinas y una hermana.
Treinta y seis años después de su desgarradora pérdida, ella habla de cómo ha podido sobrevivir a algo así y todavía tener amor para ofrecérselo a los demás. En ese contexto y en vísperas del Día de la Madre, también explicó cómo ha vivido la efeméride durante estas más de tres décadas y media y hasta dedicó una reflexión a quienes han perdido uno o varios hijos.
Antes, se abrió con su gran sabiduría mezclada con sencillez para repasar todo el proceso que ha vivido a partir de la tragedia.
Una parte de su alma quedó hecha jirones para siempre. La otra parte, la que la sostiene en pie, se nutre del amor de sus dos hijos varones, del disfrute de los sencillos placeres de la vida y claro, de una fe que le ayuda a sobrellevar sus eternas interrogantes, todas con la gran pregunta sin respuesta “¿Por qué a mí?”.
Dos semanas antes del Día de la Madre, la acompañamos al cementerio en el que descansan los restos de sus hijas, hermana y sobrinas, donde les rindió un homenaje de amor que, de todas maneras, les ofrece a diario desde el día en que las perdió para siempre.
Conversar con doña Rosario implica recibir un tremendo cataclismo emocional.
La conocí en marzo del 2016, cuando la entrevisté largamente mientras se aproximaba el aniversario número 30 del crimen que constituyó un antes y un después en la historia de la criminología en el país.
“El día en que Costa Rica perdió la inocencia” es la frase se ha leído una y otra vez en los medios de comunicación cada vez que se retoma el tema.
Conozco a doña Rosario desde hace seis años, y en vísperas de este Día de la Madre me intrigó saber cómo viven esa efeméride las mamás que han perdido a uno o varios hijos.
El caso de doña Rosario es, por todas las razones, superlativo.
Desde que hablé con ella por teléfono, la primera vez, me percaté de inmediato de que estaba conversando con una mujer muy particular. Rosi, como le digo de cariño, se caracteriza por su inteligencia emocional, por su carácter fuerte pero ecuánime y por una memoria prodigiosa con la que cuenta detalles relativos a su tragedia y otras facetas de su vida que narra siempre exactamente igual, como si se tratara de una película.
Antes de narrar cómo fue este segundo encuentro, de periodista a entrevistada y también de madre a madre, se impone reconstruir la gris historia de la matanza.
El 6 de abril de 1986 se cometió uno de los crímenes más atroces que ha vivido nuestros país, pero también se inició una oscura página para la policía judicial del país, que nunca pudo resolver el caso con certeza. Aunque hubo distintas líneas de investigación, a la fecha el caso sigue impune.
Aquella mañana nueve mujeres integrantes de las familias Salas Zamora y Sandí Zamora asistieron a un acto litúrgico en el cerro San Miguel del cantón josefino de Alajuelita, la tradicional peregrinación en honor al Santo Cristo de Esquipulas.
Se trataba de las hermanas Marta Eugenia (41 años) y Rosario (29) Zamora Martínez. La primera iba acompañada de sus hijas Cristina (18 años); María Gabriela (16); María Auxiliadora (11) y Carla Virginia (9) Salas Zamora. Doña Rosario hacía lo propio con Alejandra (13); Carla María (11) y María Eugenia (4) Sandí Zamora.
Aquella mañana dos de las nueve mujeres que iniciaron el ascenso (doña Rosario y su sobrina Cristina) desistieron de llegar hasta La Cruz por cansancio. Las siete restantes continuaron. A media tarde, fueron vistas mientras iniciaban el descenso, pero nunca llegaron.
Ni siquiera cuando desde el domingo por la noche se inició una frenética búsqueda por parte de policías y cruzrojistas; doña Rosario se alarmó pero no mucho, pues estaba casi segura de que sus parientes se habían extraviado, o que se habían detenido a descansar tras alguna contingencia ocasionada por el asma que padecía su hermana Marta desde pequeña.
Pero no. La angustia empezó a materializarse el lunes, cuando amaneció y no había rastro de las mujeres, hasta que pasado el mediodía se dio el hallazgo impensable: la adulta y las seis niñas aparecieron asesinadas a balazos. Tres de ellas, además, habían sido vejadas sexualmente.
El caso se convirtió en un intrincado lío para la justicia, que culminó con una condena en falso de cuatro acusados, dos de los cuales habían fallecido antes de afrontar sendos juicios en los que se intentó probar su culpabilidad.
Arnoldo Mora Portilla fue condenado a 19 años de carcel por los delitos de robo agravado y violación; Jorge Luis Mora Sandí recibió 195 años por siete homicidios calificados y dos violaciones agravadas. Sin embargo, una serie de errores en la investigación y trámite judicial llevó a la Sala Tercera a anular la última sentencia, en 1992, por “problemas de fundamentación”.
A partir de ahí el caso siguió dando vuelcos y palos de ciego, aunque al día de hoy han surgido otras hipótesis por parte de exoficiales y periodistas que han publicado nuevas versiones de lo que pudo haber ocurrido (vea nota adjunta, Muchos caminos llevan a 'El Psicópata' pero doña Rosario duda de que él matara a sus 7 familiares).
… a su propio dueño. Como dije antes, doña Rosi retomó algunos detalles de conversaciones anteriores, como el hecho de que la decisión de hacer la caminata había sido iniciativa de Marta, su hermana, el propio domingo de la fatalidad, en la mañana.
Aunque doña Rosario no tenía ganas, para empezar porque no tenía “ni un cinco”, hicieron una “rejunta” de gallitos para comer en el camino y, en medio del desgano, se dejó convencer.
Sin embargo, hoy vuelve a rememorar un sentimiento “muy extraño” que la embargó tarde en la noche del sábado, cuando salió al patio de la casa de su vecino, donde se celebraba una pequeña fiesta-- y observó La Cruz, totalmente iluminada. Se quedó absorta, sin saber por qué, mirando la estructura de metal, al punto de que una amiga que estaba cerca le preguntó si le pasaba algo, y ella no supo qué contestar. “No soy supersticiosa, pero luego entendí que aquella cosa que sentía en el pecho… es que el corazón de madre a uno no lo engaña”.
Como todo fue a la carrera, doña Rosa no calculó que el único par de zapatos que tenía en aquel momento era totalmente inapropiado para caminar en la montaña, pronto se le hicieron ampollas y vio que era imposible subir. Se quedó sentada en una piedra junto con su sobrina mayor, Cristina, quien se quedó acompañándola.
De lo que ocurrió el lunes 7 de abril, cuando se descubrió la infame realidad, ella tiene recuerdos en forma de nebulosa. Sí recuerda cuando, en medio de la conmoción del barrio, ella estaba “como ida” hasta que llegó una vecina y le espetó: “Rosario, entienda, ESTÁN TODAS MUERTAS”. En medio de su trance y de su shock, la reacción fue írsele a los golpes a la vecina. La contuvieron. De ahí en adelante, durante días y semanas, siguió sumida en una línea entre la realidad y la ficción. Siempre ha dicho que no entiende, al día de hoy, cómo no se volvió loca.
Ella lo atribuye en buena parte a que tenía un hijo, Luis, el mayor de la prole; luego, a tres años de la tragedia decidió embarazarse de nuevo como una forma de traer al mundo a una nueva criatura, de manera que pudiera depositar en sus dos hijos todo el amor que no les pudo dar a sus chiquitas. Ronald, el menor, hoy de 33 años y quien no conoció a sus hermanas, es enfermero, criminólogo y está en ruta a convertirse en abogado penalista.
A pesar de tantos años transcurridos y de las entrevistas y conversaciones que he tenido con doña Rosario, al día de hoy y por más que incurra en la mayor empatía posible, nunca voy a entender de dónde han salido las fuerzas de esta mujer quien, eso sí, lo último que proyecta es lástima.
Como recordarán las generaciones de entonces, los noticiarios de la época espontáneamente empezaron a transmitir de manera casi ininterrumpida todo lo ocurrido tras el hallazgo de las desde entonces conocidas como ‘Las siete mujeres del crimen de Alajuelita’.
La imagen de una entonces joven madre, doña Rosario, con la mirada perdida y curtida en lágrimas, le dio la vuelta al país desde el día uno y hasta la fecha, cada vez que se menciona el atroz asesinato múltiple -tres de las víctimas fueron abusadas sexualmente-, esa imagen de sufrimiento imposible de imaginar, es la que se recuerda en el imaginario colectivo.
Sin el afán de revolcar sus recuerdos pero, en cambio, de preguntarle cómo alguien como ella celebraba el Día de la Madre, doña Rosi accedió a realizar junto al equipo de AmeliaRueda.com (AR) la visita a sus ‘chiquitas’, como las llama a menudo refiriéndose no solo a sus hijas, sino también a su hermana y sobrinas.
Puntual y diligente, cualidades que la caracterizan, llegó 15 minutos antes de la hora acordada, las 11 de la mañana en el Cementerio Metropolitano de Pavas.
Mi compañero de labores de ese día, el productor audiovisual Ignacio Fernández, de 23 años, tenía una referencia muy básica sobre la ‘Masacre de Alajuelita’ y con un temple y una sensibilidad maravillosas, ese viernes 7 de agosto, de sopetón, fue testigo de excepción de la tremebunda historia narrada en primera persona por la doliente principal de aquella tragedia.
Doña Rosi llegó con un vestido floreado, un saco blanco y zapatos bajos pero de vestir, con su cabello corto bien arreglado, igual que su maquillaje discreto.
Mientras caminamos bajo un ardiente sol hacia el sector en el que se encuentran las lápidas de las siete mujeres, doña Rosi las busca entre las decenas de hileras donde hace unos meses las desenterró en vista de que las tumbas ‘se estaban hundiendo’ por el embate de las lluvias demenciales propias del invierno.
Con naturalidad se ubica a unos centímetros de la hilera de placas empotradas en el zacate, cada una con su debida identificación y las fechas de nacimiento… y fallecimiento.
En cambio a mí las imágenes de la madre, hermana y tía de las víctimas, hablando con naturalidad pero también con indignación momentánea porque que le pagó a ‘un tipo’ para que les repintara los nombres bien bonitos y que básicamente la estafó, pues no le hizo el trabajo, me paralizan, me aguan los ojos y trato de hacer torpes intentos de contestarle, mientras agoto el agua de mi botella porque, simplemente, no puedo hablar.
Ignacio se acomoda con su cámara, concentrado en su trabajo pero –intuyo-- conmovido por la escena, mientras yo intento recomponerme; doña Rosi, al pie de las tumbas, se dispone a empezar a contestar nuestras preguntas y lo primero que dice es, mientras se acomoda el saquito y el cabello: “Yo hoy no voy a llorar, las he llorado tanto… lo que queremos es hablar de cómo hago yo para sobrevivir a cada Día de la Madre ¿verdad?”.
– Exactamente, siempre me he preguntado Rosi cómo pasás vos los Días de la Madre, además porque he visto en tu Facebook que siempre tenés palabras cariñosas para tus amigos o conocidos… es decir, vos las sentís todos los días, las sufrís y a veces las llorás, pero tanto sufrimiento no te ha roído el alma y por eso es sos tan especial con personas que tal vez ni conocés, solo por Facebook…
– Pues entonces le agradezco esas palabras. Es que es así. ¿Sabe por qué se lo agradezco? Hay gente que me dice: "Rosario, ya deje eso así, yo veo las publicaciones y veo que usted no lo ha superado...”, y agrega: “Cuando me dicen eso yo me quedo pensando y me digo ‘yo debería prestarle mis zapatos a esta persona’, pero la verdad … Ya no discuto con nadie, cada quien que piense lo que quiera, nadie me va a quitar que yo publique dedicatorias a mis hijas y el que no las quiera ver nada más que apriete un botoncito en el teléfono y sigue directo”.
–¿Cada cuánto venís? El día que las sacaste para que no se deshicieran los restos en la humedad, hiciste un comentario cortito que nos llegó al alma…
–Cuando empezó la pandemia dejé de venir, me atuve a ese tipo que me estafó para que me les pusiera bonitas las placas… ya después yo saqué a las chiquitas porque esto se estaba hundiendo, todo el material que tenían las paredes, todo se derrumbó.
“Yo como como dice el psicólogo, hice un corte seguro para no volverme loca y agarrarme la mano de Dios para poder sobrevivir. Porque yo lo que pensaba era que me quedaba un hijo, ya después nació Ronald y también pensaba en mis sobrinas, las hijas de mi hermana, Tita y Cristina… Yo digo que solo la mano de Dios, porque en ese momento (el del descubrimiento del crimen) vine y lloré todo y hablé y hablé por tele, por todos lados, pero no me acuerdo de nada de aquellos momentos, era como una autómata, la verdad”.
--¿Entonces, se puede decir que tu despedida de ellas fue 36 años después?
--Sí la verdad (se quiebra ella, me quiebro yo, Ignacio sigue grabando con la mandíbula apretada en medio del silencio y el verdor del camposanto)… el único entierro que yo hice fue que saqué a mis hijas y las volví a enterrar. Ahí sí me despedí de ellas y es ya… a mí me duele, pero es como una superación. No sé que será lo que quiere Dios conmigo, pero yo digo que solo la mano de Dios puede, porque yo ahorita yo creo que no, no me siento tan fuerte como para decir que puedo sola”, dice mientras se enjuga las lágrimas.
--¿Cómo es convivir diariamente con la presencia de ellas y con el recuerdo, tal vez no de lo que pasó, pero ya con la presencia intangible de ellas, tanto de las chiquitas cómo las de tu hermana y sobrinas?
-- ¿Vos soñás o fantaseás, o tenés la fe de que cuando te llegue el momento, como nos tocará a todos, de encontrártelas?
Pero sí, la fe es que Dios sí me lo va a permitir, pienso yo que sí.
--¿Cómo pasás los Días de la Madre?
-- Yo trato de de estar tranquila para mis dos hijos, ellos me llevan a comer cuando no están trabajando, Yo trato de demostrarles que estoy con ellos y no estoy pensando en las chiquitas, aunque no es así. No sé si me explico. Es que el dolor lo tengo que llevar yo, no ellos. Ellos no tienen por qué cargar con lo que yo siento. Si me da por llorar, trato de que ellos no estén. O bueno, como ahora en el cementerio, porque recordar es vivir, como dice el dicho, pero yo tengo que seguir adelante, tengo que seguir sobreviviendo.
(Ese “Sobreviviendo” implicó que doña Rosario se vinculara, pocos años después de su tragedia, como policía de la Fuerza Pública, donde incluso le correspondió atender los casos de dos jovencitas que fueron descuartizadas y halladas en unos lotes de Hatillo, con semanas de diferencia entre una y otra. Pese a su atroz carga emocional, ella logró ‘separar variables’, siguió el protocolo de avisar al OIJ y supo lidiar con la procesión interna que le decantó, en su momento, un hallazgo que a cualquiera nos hubiera roto por dentro, más a ella, tras todos los antecedentes. Sin embargo, este mujerón, además, fue contratada a pocos meses de la Masacre como ayudante de cocina en la escuela en la que estudiaban sus hijas… a estas alturas, ya ni me atrevo a preguntarle cómo lo logró).
– ¿Te gustaría ofrecerles una reflexión a otras mamás que deben convivir también con la muerte de sus hijos?
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