Certificación abre camino para que oficio sea reconocido por el Servicio Civil
24/09/17 | 12:51pm
La primera vez que José Mora reconoció la que sería su nueva zona de trabajo, hace 17 años, se sintió desconcertado: una gran tarima de madera, llena de cuerdas y poleas, que lucía más como la cubierta de un barco que como un mecanismo teatral... la tramoya.
Él solo era un soldador del área de mantenimiento del Teatro Nacional, pero había demostrado, sin saberlo, que tenía el talento necesario para dominar el complejo y desconocido universo de los tramoyistas, o al menos eso pensó el Coordinador de Escenario de la institución, Claudio Schifani.
“Nosotros aquí vamos viendo quién nos sirve, y Mora nos servía”, relató Schifani. “Cuando tuvimos una plaza vacante, lo secuestramos y lo cambiamos de departamento, porque tenía todas las cualidades necesarias. No cualquier persona puede trabajar en un escenario, desde aguantar la carga de trabajo hasta tener el ingenio para resolver las cosas, además de aprender todos los trucos”.
Doce años después, ya convertido en un experto tramoyista, José Mora tuvo una idea para pulir algunas piezas herrumbradas del aparato estatal: solicitarle al Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) que certificara el conocimiento especializadísimo que había adquirido en el curso de los años, pues hasta ese momento el suyo no era un oficio reconocido oficialmente por el Servicio Civil (y sigue sin serlo), pero a la larga, esto lo beneficiaría a él y a todo su gremio.
“Necesitábamos algo que acredite la mano de obra de nosotros, y certificados, ya hay un respaldo más grande”, explicó Mora.
Fue así, por inquebrantable insistencia de don José y con el apoyo del Teatro Nacional, que el INA diseñó un perfil profesional y un programa de estudios denominado ‘Asistente para producciones artísticas y afines (tramoyista)’, que por primera vez certificará, el último trimestre de este año, a expertos en la mecánica teatral del país que hasta ahora no contaban con ninguna acreditación.
El director del Teatro Nacional, Fred Herrera, aseguró que la iniciativa implica posibles mejoras salariales, pero también una recompensa simbólica, que tiene que ver con el prestigio social que se deriva del tipo de trabajo que se realiza.
“Una institución pública como esta, solo te puede pagar con base en los criterios del Servicio Civil”, explicó Herrera. “Sin embargo, no podría discutirse que para quienes ganan salarios a nivel de la base muy bajos, un proceso progresivo de reconocimiento curricular y académico, aunque necesite un proceso posterior con el Servicio Civil, va en la buena dirección. Y también hay una parte social de reconocimiento que no podemos subestimar”, agregó.
Un tramoyista es el operario experto en controlar todos los elementos técnicos que suceden dentro y fuera de la escena, pero en el caso del Teatro Nacional, que cuenta con una tramoya de madera de 120 años de antigüedad, única en el país, pero aún en uso (una enorme tarima llena de mecanismos que pende sobre el escenario), el conocimiento para manipular los decorados y provocar los efectos especiales, son mucho más específicos.
“Los tramoyistas son, en tiempo real, parte de la magia que el teatro tiene que producir sobre el espectador. Actores, luces, sonido y tramoya tienen que estar conectados al mismo ritmo en que el espectáculo se produce, con esa palpitación del acto teatral. Cuando la bailarina salta, el telón cae, y cuando el conejo corre, se abre la trampa en el piso, para que la magia y la potencia del espectáculo pueda hacerse”, expresó el director del Teatro Nacional.
Hasta el momento, el INA tiene una lista con 27 nombres, en la que figuran funcionarios del Teatro Nacional (5 tramoyistas), Teatro Melico Salazar (3 tramoyistas), Teatro de La Aduana (2 tramoyistas), Teatro 1887 (2 tramoyistas) y Teatro de la Danza (1 tramoyista), “y quizá algunos más, independientes”, aseguró el docente de la institución, asignado para diseñar el programa y la prueba, Víctor Hugo Jiménez Palma.
No se trata de la apertura de una nueva carrera, sino de reconocer a aquellos que ya han hecho una en las tablas, explicó el docente. “El núcleo tecnológico del INA de Salud, Cultura y Artesanía no va a ofrecer este programa en la oferta curricular ordinaria. Esto se hizo para poder certificar a los tramoyistas del país, no para enseñarles”, comentó. “Y para poderlos certificar, ellos ya deben ser tramoyistas en ejercicio”.
A manera de homenaje, la dirección del Teatro Nacional espera que José Mora sea el primero en certificarse. “Estamos tratando de visibilizar a esas figuras en la oscuridad, sin las cuales el teatro no podría realizarse. La gente no sospecha todo lo que ocurre detrás de bambalinas”, justificó el director del coliseo.
Para crear el programa de estudios, precisamente, Víctor Hugo Jiménez tuvo que ponerse al tanto de este oficio. Para ello contó con ayuda de los propios operarios –el propio José Mora fue uno de sus asesores–, escenógrafos de larga data y mucha bibliografía, especialmente de textos técnicos españoles y mexicanos.
Tras muchas rondas de trabajo, el INA determinó que el programa que acredita al ‘Asistente para producciones artísticas y afines’ constará de dos módulos: Asistente en la elaboración de elementos escenográficos y Asistente de tramoya, con una duración total de 675 horas.
Aunque se trata de cursos que nadie va a tomar, toda prueba de certificación tiene que responder a un programa de formación, explicó el docente. “La prueba de certificación tiene dos etapas: matrícula y entrevista. Si en la entrevista la persona demuestra que tiene el conocimiento, se le aplica la prueba práctica, que se hará de forma individual en el Teatro Nacional”, aseguró.
El director del Teatro Nacional describió la iniciativa como un esfuerzo agregado por preservar el patrimonio cultural inmaterial costarricense. “Es una tradición del Teatro Nacional, en la medida que tenemos una tramoya manual. Se trata de valorizar un legado y un conocimiento con 120 años de antigüedad, transmitido generación tras generación”, explicó.
Con su historia centenaria, el Teatro Nacional es una auténtica cápsula del tiempo que, para sostener su esplendor, requiere de conocimientos y destrezas que, o han desaparecido, o están al borde de la extinción.
“La tramoya manual, el tallado de piedra para remplazar las dañadas en los muros del teatro, el charolado, los estucos y la ornamentación, la restauración de pinturas... Cuando hacemos la lista de los oficios que se necesitan para mantener vivas las materias de las que está compuesta el edificio, sin duda, estamos haciendo un llamado a una colección de saberes que tal vez en el S. XIX eran más corrientes”, aseguró Herrera.
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