A Maluma le hacen falta tres décadas para alcanzar a Ricky Martin

​Sobre el escenario, e incluso fuera de él, Ricky Martin es la suma de todos los deseos; Maluma es, por ahora, el sabor del mes

Texto María Montero; Fotografías Carolina Bello

17/08/17 | 18:58pm

No está fingiendo: Ricky Martin suda como un caballo mientras cruza el escenario. Y aún así, despeinado, descamisado, ajado y bañado en secreciones, el cantante puertorriqueño es rey indiscutible de la lascivia universal, un platillo que le gusta a todos, sin distingo de sexo, género, edad y mucho menos estado civil.

La prueba son las 10 mil gentes que, calculo yo, pegaron el grito al cielo este miércoles en Pedregal, en San Antonio de Belén, cuando lo vieron aparecer bajo un resplandor que lo iluminó de pronto, aunque no se supo bien desde dónde, porque su buena estrella brilla más que todos los reflectores que tenía encima.

Basta con verlo hecho una sopa, cantando ‘Vuelve, que sin tí la vida se me va... Ooooh vuelve, que me falta el aire si no estás...’ para entender por qué Ricky Martin se ha salido con la suya y lleva más de tres décadas subido en una de las zonas más altas, húmedas y escarpadas del mundo del espectáculo. Mientras él respira a todo pulmón, sus fans pierden el oxígeno.

La suya es la cara del éxito, la fama, la belleza, la juventud y la salud: la cara, el cuerpo y quizá hasta el alma. Canta, baila y recita, y a sus 45 años tiene lo que muchos apenas pueden soñar: hijos deseados y novios deseantes. Cómo puede despertar tanta pasión alguien que más bien despierta envidia, es lo que definitivamente no vale la pena preguntarse.

La noche corría encaramada sobre sus hombros, y así siguió por más de una hora y media, mientras él se iba derritiendo sobre el escenario, dejando charquitos de aceites esenciales a ambos lados de la gradería.

Después de las 9 de la noche, Martin se puso salsero y sacó brillos boricuas hasta de sus guitarras eléctricas. Dio pasos, vueltas, brincos, dejando que sus músculos hablaran. Su estado físico debe mucho a sus compositores pues, obligado a entrenar con esos ritmos, cómo no va a estar en forma, ‘por arriba, por abajo, calentitos y bien pegaos’.

Sus recesos fueron casi imperceptibles y una y otra vez apareció con nuevos trajes, fresco como una rosa, para seguir cantando hasta quedar nuevamente empapado. Empapadito, porque si algo queda claro después de casi dos horas de concierto, es que Ricky Martin es al mismo tiempo el remedio y la enfermedad.

A las 9:30 amenazó con irse, pero no se fue: dio media vuelta y remató al público con un estribillo que causó estragos: ‘Llegó la fiesta, pa' tu boquita, toda la noche, todito el día... vamo' a bañarnos en la orillita, que la marea está picaíta' íta, íta...’

Antes de irse, abrazó una bandera tica, y lanzó un par de besos. A mi lado, un grupo indeterminado le deseó Feliz Día del Padre.

El intermedio –animado con lo más selecto del reguetón universal– fue eterno, pero decadente, como dicen en Colombia.

En la zona VIP, todo el mundo estaba como los peces, que beben y beben y vuelven a beber, porque una cosa es el espectáculo que transcurre sobre el escenario y otro, mucho más entretenido, el que sucede del otro lado. Porque hay quienes vienen a divertirse y hay quienes vienen a divertirnos.

En este tipo de eventos nunca falta quienes confunden sonrisa con salud, y entonces no paran de reírse en toda la noche, o las chicas –especialmente ellas– que podrían darle una cátedra de producción a los productores de la actividad.

Maluma tardó en aparecer, y aún así llegó muy pronto. Como diría un amigo, “su presencia dejó un gran vacío”. Porque hay cantantes que suenan muy bien en la radio, pero en vivo, uno pagaría por devolverlos a YouTube, a que sigan dorándose en el sol ficticio de todos los veranos en los que aún no han ardido.

Es lo que le pasa a mi chiquito, que aparte de una sonrisa adorable y unos bracillos acurrucadores, aún no tiene ni voz ni botox; y encima con la sombra de Ricky Martin en el back stage. A Maluma le faltan calle, colmillo y mundo para sostener solito a sus fans.

“¿Dónde están las señoritas solteras esta noche?”, dijo, librándose de golpe de su más elaborada, precisa, original e inolvidable frase de la noche, tanto, que se vio tentado a repetirla un par de veces.

El clamor no se hizo esperar, por lo que de alguna manera hay que considerar el lado negativo de este oficio, porque estos muchachos son como artistas agredidos, acostumbrados a los gritos de todo el mundo. Al pobre Maluma hasta le tiraron un brasier en la cara.

Con la llegada del cantante colombiano, el asunto del reguetón no desapareció, sino todo lo contrario. Por suerte a las 10:38 se quitó la camisa. Algo es algo. Un detalle: Por delante, el moñito de Maluma está precioso, pero por detrás, ¿qué costaba hacerle la carrera con un peine?

Nunca supimos cómo derrapamos de la música a los concursos –¿por falta de repertorio?–, pero a las 10:51 las cosas se pusieron resbalosas y caímos en lo que podría denominarse ‘concurso de bullas’. O sea, 12 mil personas gritando estúpidamente.

Lo más incomprensible es que después de hacer concursos, presentar a su banda y perder el tiempo con todo tipo de subterfugios, a la medianoche Maluma aún tenía repertorio, tanto de música como de trucos para alargarla.

El final llegó pasadas las 12:30, porque el público, insaciable, pedía más. Es decir, una nueva versión de la misma cosa, porque a esas alturas a mí todo me sonaba igual.

Quizá halagado, el cantante se preguntó si ahí nadie tenía que trabajar al día siguiente, y cuando lo hizo, levantó el brazo. Su gesto coincidió con un impecable zoom in en la zona más recóndita de su extremidad, lo cual me deja con la única pregunta realmente importante de un evento igualmente decisivo: ¿Por qué Maluma no tiene pelos en la axila?

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