En Salitral de Desamparados, subsiste un antiquísimo patrimonio arquitectónico de linaje presidencial
10/05/15 | 13:31pm
Cuando se pone un pie en el terreno que fuera propiedad del joven e ilustre estadista José María Castro Madriz, primer presidente de la recién constituida República de Costa Rica, -a mediados del siglo XIX-, se desdobla en “rewind” una línea del tiempo en la memoria patria.
En el corazón de la urbanización de cemento y asfalto que se conocía desde épocas coloniales como Salitral (en Desamparados), se resisten a desaparecer tres mil metros cuadrados de una finca con sus dos casonas -una de bahareque y otra de adobe-, ventanas y horcones de madera, techo de teja, aleros anchos, caminos empedrados con malezas entre sus grietas y carretas desteñidas.
Esta estampa en tercera dimensión es la prueba fehaciente del paso de más de 500 años de historia, en donde están enraizados el roble de sabana y la tuna con su flor roja.
En medio del bullicio de la ciudad moderna, hay que cerrar los ojos e imaginarse esa nación en pañales del siglo XVIII, aún esclavista y de incipiente economía; esa es la recomendación de Rafa Flores, coordinador de Cultura y Tursimo de la Municipalidad de Desamparados, cuando muestra con orgullo el lugar.
Desde el año 2004, en el corre corre diario de la multifacética gestión cultural de Flores, una de las tareas que pareciera apasionarlo más es este lugar.
Por su evidente valor histórico arquitectónico, no solo para el cantón sino para el país en general, esta es una razón de más para conservar las casas asentadas ahí y proyectar que el espacio se convierta, en un futuro próximo, en un centro cultural de impacto para la comunidad desamparadeña.
Esta labor de preservar esta herencia camina a paso lento pero seguro. Con una inversión de ¢60 millones, un dúo de trabajadores continua la restauración de la casona de adobe denominada “La Calera”, ya que despacio, pero -ojalá- con buena letra, rehacen el adobe de las paredes, reponen el cielo raso con caña agria, y colocan las tejas que enrojecen el techo, entre otros detalles.
Este terreno en donde subsisten las dos casas de “El Salitral”, declaradas en 1982 reliquias de interés histórico arquitectónico por el gobierno de Costa Rica, también alberga el deteriorado Museo de la Carreta y el Campesino Costarricense, creado en 1989, como un intento estatal por reivindicar un actor y su medio de trabajo y transporte; sus labradores, economía y cultura.
El museo fue cerrado en 1991, luego del terremoto en Limón, pues sufrió daños estructurales que hacían imposible su visitación.
Al entrar a este dominio, la primera casona a la vista, llamada “la casa de habitación”, que data de 1750 aproximadamente, luce restaurada con bahareque (material de rústica edificación indígena, mezcla de palos o cañas entretejidos y barro).
Las paredes de color amarillo paja están protegidas en lo alto con un techo de zinc rojo, y sobresale de la puerta principal un pórtico que da frescura a la entrada y resguarda de la lluvia que agobia a los meseteños por nueve largos meses al año.
El piso está enchapado con un mosaico arabesco de formas florales, que todavía hoy brilla, a pesar de las pisadas que durante años ha recibido.
En un pequeño cuarto aislado del resto del inmueble, accesible por una puerta lateral, yace en el fondo una bañera de un material semejante a la piedra amalgamada en trocitos rojos y blancos, que está empotrada a la par de un inodoro blanco y moderno, usado en el 2015 por los trabajadores que lentamente restauran esta joya histórica.
Hacer “rewind” de nuevo para imaginarse la vida en la temprana República costarricense, época en que se levantó a pocos metros de la casa de bahareque, “La Calera”, construida con adobe, también de pequeñas dimensiones, con gruesas paredes, amplias ventanas con puertas de madera que iluminan sus cuartos, y corredores empedrados para sentarse a tertuliar en espera de la tarde-noche y sus insectos cantarines.
“Algo” llamó la atención de este predio y sus austeras edificaciones al insigne primer presidente de la patria republicana, José María Castro Madriz, pues se la compró a quien sería su suegro, el jefe de Estado en 1835, Manuel Fernández Chacón, padre de Pacífica Fernández Oreamuno, aquella muchacha que diseñó la primera bandera patria.
Cuando alcanzó la mayoría de edad, Pacífica se casó con Castro Madriz, distinguido hombre de 20 años de patillas anchas y poblada barba; y así fue como la propiedad se convirtió en el lugar de descanso del Presidente de la República y su familia, y las tierras se siguieron usando para la siembra de caña, la ganadería y para introducir la producción del grano de oro, cuando Salitral de Desamparados era aún zona rural.
El conjunto histórico arquitectónico, ubicado en medio de los populosos barrios de Gravilias y el Porvenir, tiene ascendencia tempranamente colonial, que empieza, -según registro de la época-, con el Capitán Juan Solano, primer propietario español del territorio. El marinero con distinguido rango militar acompañó a nada menos que Juan de Cavallón en su entrada en el Valle Central, en el año 1561.
Haciendo uso de una licencia elíptica, ya en nuestra época, en 1961, el penúltimo propietario de “El Salitral” fue el señor Claudio Castro Tossí, quien vendió las zonas llanas de la finca para la construcción de residenciales, y le cedió a la Municipalidad de Desamaprados, este tesoro de 3 mil metros cuadrados de patromino tangible e intangible y sus más de 500 años de historia nacional.
De esa manera, “La Calera”, la “casa de habitación” y algunos restos de la construcción central fueron quedando cada vez más aislados en medio del trajín urbano, esperando a que se reabran sus puertas para recibir a la población interesada en conocer la historia del cantón, de Costa Rica, de apreciar estas reliquias arquitectónicas y disfrutar de actividades artísticas que serán programadas a finales de año en ese centro cultural de linaje presidencial.
Fotos: David Bolaños
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