Juan Jaramillo Antillón: “Siempre me he sentido un aprendiz”

​“Nunca he escrito para intelectuales, sino para el lector común”, asegura el premio Nacional de Cultura Magón 2016, con más de 30 libros publicados

25/01/17 | 19:06pm

Juan Jaramillo Antillón no oye nada de lo que se le dice, pero presta atención a todo lo que se le pregunta. “Yo hablo mucho”, reconoce. “Cuando iba a dictar una conferencia, lo primero que decía, era: si ven que estoy hablando mucha paja, me hacen así”, dice, mientras repite con la mano el movimiento de un avión en pleno aterrizaje.

Una pequeña pizarra sirve para acortar la distancia que hay entre su sordera y el mundo, y en ella van apareciendo y desapareciendo las consultas que ya no puede escuchar, pero sí leer, debido a un problema auditivo que comenzó a manifestarse cuando tenía 33 años. Hoy tiene 81, y aunque afirma que ha pasado por todas las alegrías y adversidades de la vida, la noticia de hoy no se la esperaba: recibir el premio de Cultura Magón 2016.

“Es un reconocimiento inmerecido”, dice, a propósito de un galardón para el que había sido postulado en cinco ocasiones anteriores.

“Debe haber mucha gente, o la hay, que lo merece igual o más que yo, pero por lo que lo considero merecido y me siento muy orgulloso, es que por primera vez –si no me equivoco– se lo dan a un médico, y pareciera que cuesta mucho unir los ámbitos de la medicina con la cultura, pero la verdad es que para ser un buen médico, hay que ser un humanista, y para ser un humanista, hay que ser un estudioso de la vida, y para ser un estudioso de la vida, hay que estudiar de todo… Historia, Filosofía, Antropología, Sociología, Biología, Pintura… Aprendemos muy bien cómo se produce una enfermedad y cómo tratar a un enfermo, pero nunca nos enseñan que los enfermos son personas. Siento que este premio le hace un honor al Colegio de Médicos de Costa Rica, porque los hay muchos que son estudiosos y esforzados”.

El Dr. Jaramillo lleva años de entrenamiento en el arte de la conversación, pero esta destreza parece incluso menos ejercitada frente a sus ambiciones como divulgador científico, campo en el que escribió más de una treintena de libros, aunque no exclusivamente sobre temas médicos, sino también históricos y de crítica cultural.

“Nunca he escrito para intelectuales, sino para el lector común. Nunca me he sentido un intelectual, siempre me he sentido un aprendiz. Sigo aprendiendo y no acabo de aprender”.

Actualmente trabaja en su último libro,“Los límites del ser humano”, que es parte de su trilogía de tareas pendientes. “Uno: Vivir lo suficiente para seguir ayudando a mis hijos, si tienen algún problema. Dos: publicar ese libro, que ya tengo un año de estar haciendo. Y tres: seguir viviendo, porque claro que es aburrido morirse”.

Muchas de sus luchas personales, que también fueron batallas públicas, aparecen en la charla, como la importancia de la medicina preventiva, la creación –por iniciativa suya– del programa de los Cen-cinai (“ahí se protegía al niño y se educaba a la madre”) o su oposición a los Ebais (creados en 1994, durante el gobierno de José María Figueres), por considerarlos demasiado costosos para el país, en detrimento del servicio en clínicas y hospitales.

Fiel defensor de la eutanasia (“Creo en una muerte digna con asistencia médica para los pacientes que están con grandes sufrimientos, y que se están muriendo”), su carácter abierto no termina de alejar cierta pesadumbre por estar cada vez más lejos de la vida pública.

“Lo que más me dolió de pensionarme por mi enfermedad, por mi parálisis, no fue dejar de ejercer la medicina, fue dejar de enseñar. Por eso dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

–¿Cómo se ‘contagia’ el amor por el conocimiento?

–Todo empieza por despertar en los niños el amor por la lectura. Mi papá me enseñó a leer a los 5 años. Cuando ingresé al kínder del colegio Los Ángeles, a los 6 años, ya sabía leer, escribir, sumar, restar y dividir. ¿Cómo pudo mi padre, un contador, enseñarme todo eso? Yendo en los buses, me decía: Esa es la A. Esa es la B. Esa es la C. Cuando íbamos a pasear o cuando íbamos a vender aceite industrial. También me enseñó los números. Ese es el 1. Si usted pone un 1 con otro 1, son 2. Usted le enseña a los niños la importancia de la lectura, la importancia de formarse, la importancia de respetar a las otras personas, nunca lo olvidan. Uno con los años uno cambia y piensa diferente, pero el amor y el respecto por la cultura y las demás personas difícilmente se olvida si uno lo ha aprendido desde niño. Mi papá no era un gran lector, pero me hizo un gran lector.

–¿Cuál es el mayor reto de los costarricenses en su futuro inmediato?

–Lo primero es que debemos escoger con mucho cuidado quiénes nos van a gobernar. Es obligación de toda la población ir a votar, no importa que unos sean más buenos que otros, o más malos que otros; o escogemos el menos malo o escogemos el mejor, pero todos debemos tratar de votar, porque es una obligación cívica. El pueblo debe exigirle a los candidatos cuando ya son presidentes que cumplan con las promesas que le han hecho, porque llegan al gobierno y, para no echarse encima a los sindicatos y a los empresarios, en lugar de cumplir lo que prometieron, hacen que el país entre en declive. Este país requiere impuestos, pero también recortes en los pluses de los trabajadores del Estado. Creo que este gobierno ha incumplido y me duele mucho, porque yo creí que iba a haber un cambio radical, y no se hizo. El pueblo está por encima de los colegios profesionales, de los sindicatos, de los gremios, de los patronos. No se puede progresar ni desarrollarnos si no guardamos las condiciones para que haya más fuentes de trabajo. El desempleo es posiblemente el castigo más grande que se le puede infligir a un joven o a un recién graduado. El problema es que aquí hay mucho ego, y mucha gente que llega al gobierno –aunque no toda– trabaja únicamente en beneficio propio.

–En su vida como funcionario público, ¿halló espacio para la reflexión humanista?

–Sí, pero sacrificando a mi familia. En lugar de salir al cine los sábados, de salir a pasear, me quedaba aquí estudiando, y además operaba de noche.

Mabel Garro ha estado sentada a su lado durante toda la entrevista, sonriéndole y ofreciéndole asistencia por momentos. Es la madre de sus cuatro hijos, y ha sido su compañera los últimos 60 años. En ese momento, doña Mabel participa: “La grande preguntaba: Mamá, ¿por qué todos tienen papá, y nosotros no?”

–Sí, mi mujer crió a mis hijos. Yo fui un buen proveedor, fui un padre cariñoso, pero no fui un buen amigo, porque para ser buen amigo de un niño hay que estar con él mucho tiempo desde chiquito. Y yo estaba todo el tiempo operando, todo el tiempo estudiando, porque el problema de la medicina es que hay que estudiar todo el tiempo para progresar. Y para formarme culturalmente, pues tenía que estudiar mucho más.

“Los domingos nos sacaba a pasear en una camioneta porque ya eran cuatro hijos y el perro y todo el mundo”, interviene doña Mabel. “Me decía: Voy a pasar primero a La Católica, pero se ponía a hablar, o se quedaba operando… Nos dormíamos y lloraban todos los chiquitos…”

–Yo trabajaba en La Caja de 7 a.m. a 4 p. m. De las 4 a las 7 p. m. daba consulta en mi oficina. Y de 7 a 11, operaba. Y después, venía a la casa y me quedaba estudiando.

–¿Quiénes han sido fuente de inspiración permanente?

–Aristóteles, que siendo un millonario, hijo del médico del rey de Macedonia, decidió irse a estudiar con Platón a Atenas, y se dedicó a buscar ‘la verdad’ al nivel de la Naturaleza. Lo leo y lo leo y aún no entiendo muchas de las cosas que escribió. También Hipócrates, el médico. Tres: Nelson Mandela, algo extraordinario, después de estar 26 años preso... Salir a buscar la paz y la tolerancia en África, un continente esclavizado por los belgas, los ingleses, los franceses, los holandeses… ¿Sabe a quién admiro muchísimo? A Madame Curie, que vivió en una época de machismo inconcebible. Ella quería estudiar Química y Física en La Sorbona, y la rechazaron por ser mujer. Pues ella insistió e insistió, siendo polaca y, además, muy pobre. Su verdadero nombre era Maria Sklodowska. Ella es el más grande ejemplo humano para triunfar por encima de todos los prejuicios.

“Aquí están todos los extraordinarios”, dice, señalando uno de los libros de su autoría, colocado sobre la mesa que tiene delante, escrito en 2012: Conversaciones con grandes figuras de la historia.

–Suelen asociar su nombre con ‘trabajo’, ‘estudio’, ‘integridad’ y ‘humanismo’. ¿Qué palabras faltarían para completar su descripción?

–El problema mío es que tengo muchos defectos… Era muy agresivo.

“Es muy machista. ¿No parece, verdad?”, dice doña Mabel, envuelta en carcajadas.

–Soy un enamorado de la vida. Yo he sido un hombre muy feliz. He tenido más de lo que aspiraba. Yo traté de superarme en todos los campos, pero nunca aspiré a algo.

“Él es muy simple”, acota doña Mabel.

–Dos veces me ofrecieron ser presidente de la Caja, y no acepté. Soy un enamorado de la vida por eso, porque creo que el Paraíso y el Infierno están en la Tierra. He pasado por un infierno de salud: sordera total desde que era joven; parálisis. Fui a Estados Unidos buscando al mejor cirujano del mundo en el campo de la cirugía de la columna, me sacó todo el dinero, a pesar de ser un colega, y me dejaron inválido. Y sin embargo, creo que vale la pena vivir. Vale la pena ver el sol, ver la luna, ver las estrellas, ver a mi mujer, ver a mis hijos, ver a mis nietos, leer, cultivarse, oír hablar a la gente buena, o ver cosas tan extraordinarias como que los Estados Unidos elige a un individuo ególatra y narcisista como Trump, y rechazan a una mujer superinteligente. Nadie sabe por qué. Ahora todo el mundo está arrepentido. Esas son las cosas inexplicables de este mundo.

“Todo lo lee, hasta el Eco Católico”, señala la esposa.

Doña Mabel y don Juan se conocieron cuando ella tenía 15 y él, 17. Se casaron cuando él cursaba tercer año de Medicina. Según sus palabras, fue ella quien le permitió tener una familia, aunque él se dedicó exclusivamente al estudio y a su carrera.

–Ella es lo mejor de mi vida. Sin ella, yo no estaría aquí. Es el amor de mi vida. Póngalo así.

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