El silencio catedralicio de la Philippe Chatrier solo se rompe por el sonido de los rastrillos acariciando la tierra batida. Son las 6:30 a.m. y el equipo de mantenimiento entra en escena para mimar al elemento diferencial de Roland Garros.
Palas, escobas, carretillas... Alrededor de 180 agentes especializados -de los cuales una abrumadora mayoría son trabajadores temporales- se dedican desde la mañana a la noche a mimar la tierra batida de las 18 pistas para convertirlas en la alfombra roja del tenis mundial durante dos semanas.
"Es un verdadero trabajo artesanal", en una superficie instaurada desde 1928 en la puerta de Auteuil, insiste Philippe Vaillant, el jefe del servicio.
Porque la tierra batida -40 toneladas de ladrillos rojos procedentes del norte de Francia y triturados en Bélgica- es una "materia viva", por no decir caprichosa...
"Reacciona muy rápido a las condiciones meteorológicas, hay que estar realmente muy atento. Es casi jardinería", resalta Vaillant, quien llegó a Roland Garros en 1995.
Un golpe de calor o de viento y nada funciona: El polvo de ladrillo se seca y se cuece, la superficie se vuelve demasiado rápida y resbaladiza. Unas gotas de lluvia y el terreno puede volverse demasiado lento y grasiento.
Para complicar la tarea, pequeños gránulos blancos (grava), provenientes de la gruesa capa de piedra caliza ubicada debajo de la película de tierra batida -solo unos pocos milímetros-, suben regularmente a la superficie.
Foto: AFP
Mañana y tarde, y a veces entre los sets sobre todo por la tarde, las pistas se riegan abundantemente para contrarrestar los efectos del sol.
"Consumimos alrededor de 1m3 de agua por día y por pista, la mitad de lo que consumen los sanitarios, diez veces menos que las cocinas", afirma Vaillant, consciente de que el momento exige sobriedad energética.
Se añade también cloruro de calcio, que capta y retiene el agua. Pero ningún sensor de humedad ni otra ayuda tecnológica viene al rescate.
"Es a simple vista y al tacto del zapato", sonríe Aurélien, larga barba de estilo vikingo, quien llegó al equipo en 2008.
También hay que lidiar con las exigencias de los jugadores, que a menudo son mayores a medida que tienen mejor clasificación.
El año pasado Novak Djokovic atribuyó su lesión durante su victoria en los octavos de final contra el argentino Francisco Cerúndolo a la falta de tierra batida en la pista Philippe Chatrier, que se había vuelto demasiado resbaladiza para su gusto.
"Hay jugadores con los que es un poco más complicado. Él es uno de ellos. Es todo bonito, todo bueno o todo malo", filosofa Vaillant.
"Es un riego con manguera, no hay contador. El error humano es posible", admite, señalando a los jugadores que piden "regar solo su parte del terreno, o detrás de la línea de fondo".
Foto: AFP
Para los trabajadores temporales, el enemigo no es tanto el sol como la lluvia intermitente. "Los días en los que el cielo se cubre y se descubre pueden ser un poco duros", subraya Laurence.
Esto no impide a esta temporal procedente de Saboya, cerca de Los Alpes, venir cada año. Será su octava edición.
"Es muy acogedor, venimos de toda Francia, es lo que le da encanto a la aventura", dice.
Algunos, como Najim y Michel, presentes desde hace 26 y 24 años, se han convertido en los pilares del grupo y transmiten su experiencia a los nuevos como Adrien.
"Es una verdadera experiencia humana tanto como profesional", confiesa este jardinero-paisajista en el norte de Francia.
"Venir a Roland Garros es lo máximo, es un lugar mítico. Somos verdaderos niños, mantenemos la llama", se divierte Vincent, de cincuenta años.
"He preparado pistas para Nadal", ganador 14 veces en Roland Garros, "es sin duda un privilegio", resume Aurélien: "Los fanáticos del tenis pagarían un gran cheque por estar en mi lugar".
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