Por: Armando Quesada Webb
En el corazón de San José, en la intersección entre Barrio Amón y Barrio Otoya, hay un discreto paseo donde se esconde un busto del cantante de tango Carlos Gardel. Ese camino, el Paseo de la República Argentina, conecta dos mundos: el de la Casa Amarilla, sede oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, que proyecta su sombra sobre la imagen del cantante sudamericano, y el del Centro Costarricense de Producción Cinematográfica.
El Centro de Cine, como se le conoce popularmente, era un lugar habitual para Gustavo Fallas, director que en ese momento se encontraba trabajando en su primera película, 'Puerto Padre'. Y en uno de los cafés que pululan esos antiguos barrios de clase alta capitalinos venidos a menos, fue donde conoció a quien sería su esposa, una habitante de ese otro mundo, el de la diplomacia, que estaba tan cerca del suyo. Su nombre era Adriana Solano.
Al hablar de "Ita", como la conocían sus familiares y personas queridas, surgen una serie de elementos comunes. Sobre todo hablan de su sonrisa, la que dicen que proyectaba una luz donde sea que estuviera. Una luz que ni siquiera la enfermedad ni su muerte del pasado lunes lograron apagar.
Adriana Solano Laclé, embajadora de Costa Rica en Canadá y diplomática con una extensa carrera sobre sus hombros y a quien sus colegas pronosticaban un futuro aún más brillante, falleció a sus 50 años tras una breve lucha con una enfermedad fulminante.
Directora de Política Exterior de la Cancillería, ministra consejera y cónsul general en Singapur y jefa del Departamento de Áreas Geográficas son solo algunos de los puestos que ostentó en su extensa carrera. Esta labor diplomática, inevitablemente, la mantenía en un movimiento constante. Pero esa es justamente la paradoja en la que habitaba "Ita": siempre presente a pesar de la distancia con sus personas queridas, ya sea que estuviera en Canadá, Bélgica o Singapur.
No mucho después de tomarse ese café que los uniría por el resto de sus días, intercambio en el que ella lo impresionó por su cultura y sofisticación, Gustavo cuenta que Adriana se fue al país asiático, pero su conexión no hizo más que fortalecerse. "Yo me quedé solo y, en mis reflexiones, por supuesto que esa luz de Adriana había quedado muy presente. Estuvimos comunicándonos por correo y entonces tuvimos una relación durante mucho tiempo que fue epistolar". Una relación que, cuenta Gustavo, pasaba por la palabra, por construir una amistad hasta que un día, en 2013, decidió ir a Singapur y dar "un salto al vacío". Y ahí se mantuvo Gustavo, desde el primer café hasta el último suspiro.
"Me recuerdo mucho de jugar en el barrio. Ella estaba en la pandilla de los grandes y yo en las 'mostacillas'. Si había piscina, éramos las últimas en salir. Nos sacaban cuando terminaba la hora y todos los dedos en las manos y en los pies nos quedaban totalmente arrugados, relata Vania Solano, una de las hermanas menores de Adriana.
La cercanía en edad y su parecido físico, cuenta, fue algo que las unió desde la infancia. "La gente nos veía y nos preguntaba si éramos gemelas. De alguna manera, sí lo somos", asegura. Cuando fueron creciendo las tres hermanas -"Ita", Vania y Camila- fueron desarrollando cada una su carácter. El de "Ita", cuentan, fue siempre el de una mujer autónoma, pero pendiente de los demás.
Camila, ocho años menor que Adriana, la describe como su "cuidadora" y "chineadora": "Recuerdo su cariño. Para ir a la escuela ella me alistaba y me preparaba un peinado muy lindo con aquellas trenzas que se usaban en aquel tiempo. Tenía mucha dedicación y se levantaba más temprano para hacerme el peinado".
"Admiraba mucho esa gran pava, cómo se ponía bonita. Siempre me incluía, no le daba pereza su hermanita menor. Le gustaba hacerme sentir bienvenida", expresa Camila.
Ambas hermanas menores de Adriana coinciden en que había un sentimiento de complicidad, de amistad y de protección que trascendía las distancias. "Ella siempre quiso compartir algo de donde sea que trabajara y viajara. Siempre fue de escribir, sobre todo en estos últimos meses. Nos aproximaba a lo bueno y lo malo de las realidades que ella iba conociendo. Su felicidad era la mía y la mía la suya", dice la menor de las tres hermanas, que al hablar de ella siempre regresa a su sonrisa. "Lo primero es siempre esa imagen, con sus dos camanances. Refleja lo que ella era".
Vania dice que lo primero que le viene a la mente ahora al pensar en su hermana son los olores. Adriana tenía "un sentido extraordinario del olfato que la llevó a ser excelente cocinera y enóloga". Valoraba todo tipo de comidas y especies, algo que para su hermana era un "sustrato" de la diversidad de las culturas que conoció en sus viajes. "Su alacena está llena de colores, texturas y sabores de lugares inimaginables. Nunca se cerró a saborear", cuenta.
El esposo de Adriana coincide con estas observaciones de Vania. Ella era, dice, "extraordinariamente detallista", y veía la cocina como un espacio "donde esos detalles se convertían en sabores y exploraciones".
A pesar de sus gustos e intereses variados, en Adriana todos estos elementos confluían en su carácter. Esa capacidad de olfato se trasladaba a otros ámbitos. "Ella sabía 'oler' los vínculos y las acciones honestas, así como también el oportunismo y las prácticas mezquinas. Eso, creo, la orientó en su trabajo diplomático", cuenta Vania.
Su amplio catálogo de gustos tenía esa contraparte: también dejaba claro lo que no le atraía. Para Gustavo, se trataba de todo "lo chabacano", porque ella era "todo lo contrario a la superficialidad y lo burdo".
"Le molestaban mucho las personas conformistas y también mezquinas", agrega Vania, con quien coincide Camila: "Ella quería que la gente intentara las cosas. Si no lo hacían se los dejaba saber y se mostraba inconforme con la situación".
Esto tanto en su vida personal como profesional. Sus colegas recuerdan vívidamente ese carácter y afán por impulsar a los demás a lograr los mejores resultados posibles en lo que hacían.
"Ella siempre tenía su carácter, por supuesto, porque si no lo hubiera tenido no hubiera llegado tan lejos. De verdad era una mujer muy corajuda, muy 'empunchada', que tomaba decisiones, pero siempre con este gran interés porque todos los que estaban a su alrededor crecieran con ella".
Así describe su personalidad Mariamalia Jiménez, quien ahora funge como directora del Departamento de Desarrollo Sostenible, Océano y Medio Ambiente de la Cancillería. Ella conoció a Adriana en 2005 y en aquel momento ya la consideraba una "referente para todos los diplomáticos por su trabajo, ética y compañerismo". "Creo que la prueba de eso también ha sido lo doloroso que ha sido para todos los colegas su partida", comenta Mariamalia.
Adriana, cuenta su excompañera de la Cancillería, estaba interesada en el crecimiento de sus colegas: "Nos decía que pidiéramos nuestros ascensos, que hiciéramos cursos, que nos especializáramos en temas, que asumiéramos retos. Siempre nos motivó a los que estábamos más abajo que ella a asumir responsabilidades".
Entre los temas por los que se recuerda a Adriana en la Cancillería, explica, es por el dominio que tenía "de los temas de Europa", que se vio reflejado cuando participó en la negociación del Acuerdo de Asociación entre Centroamérica y la Unión Europea.
Otra colega y amiga de la Cancillería, Adriana Bolaños, actual embajadora de Costa Rica en España, recuerda con orgullo la participación de ambas en aquel capítulo. "Nosotros iniciamos la negociación en 2007 y la cerramos en el 2010. Y durante esa época, Adriana fue una persona muy importante, porque junto a todas esas cualidades humanas, también era una mujer que siempre dialogaba, que buscaba acuerdos, con una alta capacidad de negociación", rememora.
Esta negociación, sin embargo, representa solo uno de sus logros. Fue también, según sus colegas, "artífice" de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2015, así como de "varias cumbres" del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA).
La embajadora de Costa Rica en España considera a Adriana como "una compañera en la aventura que fue el Ministerio". Se conocieron en Bruselas en 2007, y desde aquel momento le causó una impresión por su "integridad". A partir de entonces, ya sea en el mismo departamento o a miles de kilómetros de distancia, siempre se mantuvieron cercanas.
El respeto que generaba Adriana Solano llegaba a cada rincón de la Cancillería. Otro colega, el ahora embajador designado en la Misión Permanente de Costa Rica ante las Naciones Unidas, Christian Guillermet, destaca las mismas virtudes que sus otras compañeras. "Es la esencia de una diplomática costarricense".
Para Christian, esa sonrisa que la caracterizaba iba acompañada de la firmeza "que se necesita de un profesional de alto vuelo". Por eso mismo, Christian lamenta su muerte también por dejar un vacío en la Cancillería: "Era quizás la mejor diplomática de todos nosotros. Yo le auguraba unos éxitos enormes entre los más altos puestos de la diplomacia".
En este sentir lo acompañas sus dos colegas. "Ella me apoyó en absolutamente todo", relata la embajadora en España, quien se mantuvo en comunicación con ella hasta los últimos días de su enfermedad.
Hasta que un día dejó de responder y fue su marido, Gustavo, quien tuvo que darle la noticia.
—"¿Hablaron de la muerte alguna vez?"
"Hablamos de eso y cada vez nos acercamos más a un convencimiento de que la muerte forma parte intrínseca de la vida, algo que está constantemente en negación dentro de nuestra cultura, pero que es parte del mismo viaje", responde Gustavo con una total convicción.
Y todas esas conversaciones continuaron en el proceso de la enfermedad: "Nos permitió también reafirmar que se trata de un proceso de transformación. Pero también hay algo que sí es perenne, y que tiene que ver con lo vivido, con lo que queda en las personas, en tu paso, en el recuerdo que las personas tienen. Ahí sí hay algo que permanece, y que es eterno".
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