09/06/23 | 06:02am

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Courtney Dauwalter, una ultramaratonista fuera de serie

Por Huw Griffith

Un leopardo en una hamaca, un vaquero con su lazo en la mano, incluso cientos de gatitos en la pista... Durante una carrera de más de 300 kilómetros, cuando no ha dormido en toda la noche, la ultramaratonista Courtney Dauwalter comienza a tener alucinaciones.

"¡Hago nuevos amigos en el camino!", bromea.

Vistiendo shorts hasta las rodillas y una enorme sonrisa, Dauwalter irrumpió en la escena hace unos diez años y rápidamente dejó por el camino a competidores -hombres y mujeres- al reducir por horas los récords existentes.

"Me encanta por muchas razones", dice. "Me encanta explorar. Me encanta ir a lugares a donde no has ido antes. Recorrer las rutas y no saber qué hay a la vuelta de la esquina, o cómo se verá la cima ni cómo llegarás a ella".

Pizza y hamburguesas

Dauwalter es una contradicción: es la mejor ultramaratonista mujer del planeta y es venerada en la comunidad de corredores extremos como algo próximo a un superhumano. Pero no es la atleta de élite que se supone debería ser.

No tiene un entrenador. "Prefiero organizar las cosas yo misma", dice.

No sigue una dieta estricta: come pizzas, hamburguesas y caramelos. Y usa shorts largos, como los de básquet, por la simple razón de encontrarlos cómodos.

Su régimen de entrenamiento no se rige por marcas de desempeño ni por métricas, sino por cómo se siente cuando se despierta.

"No hay un plan establecido ni un programa. Así puedo evaluar cómo está mi cuerpo, cómo se siente mi cerebro, cómo estoy emocionalmente, y todo eso determinará si me presiono más o si apuesto por un día más relajado". Y funciona.

En los últimos años ha conseguido primeros puestos femeninos en carreras de alto nivel por todo el mundo, incluida la Transgrancanaria de 128 kilómetros de febrero, que hizo en menos de 15 horas.

También ostenta el récord femenino de la brutal Big Dog Backyard Ultra, una carrera en Tennessee en la que no hay línea de meta, solo un bucle interminable de 6,7 kilómetros por hora.

En 2020, Dauwalter la corrió 68 veces, casi tres días en los que recorrió más de 450 kilómetros.

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La ultramaratonista estadounidense Courtney Dauwalter posa durante su carrera matutina cerca de Twin Lakes, Colorado, el 16 de mayo de 2023. (AFP)

Charco en el camino

Dauwalter tenía más de 20 años cuando intentó completar su primer maratón.

"Tenía tanto miedo de que 42 kilómetros destruyeran mis piernas y me convirtieran en un charco a un lado del camino. Y cuando vi que no morí, y que mis piernas no se quebraron, me pregunté qué más habría a lo largo del camino".

Esto la llevo a las carreras extremas.

"Me dejó alucinada. Todo el mundo quería vivir una aventura. Y cuando llegábamos a las estaciones de apoyo, nos llenábamos los bolsillos de chucherías. Y yo pensaba: 'Este deporte es genial'".

"Después, todo el mundo se junta y comparte sus anécdotas del día. A nadie le importa en qué lugar quedaste o tu ritmo o tu tiempo".

En 2017, tras una seguidilla de éxitos, Dauwalter renunció a su trabajo como profesora y comenzó a correr profesionalmente.

Ahora, tener patrocinio le permite viajar por el mundo y participar en algunos de los ultramaratones internacionales más prestigiosos, que atraviesan lugares de una belleza impresionante.

"La cueva del dolor"

Mientras corre respirando el aire de la montaña por los senderos salpicados de nieve que rodean su casa en Leadville, Colorado, Dauwalter conversa alegremente y hace que su carrera parezca fácil. Pero insiste en que no lo es.

"Estas carreras de 160 o 320 kilómetros parecen más una montaña rusa en la que no sabes exactamente cuándo van a llegar esos momentos realmente duros. Intentas aguantar y esperar a que pasen los momentos bajos para seguir resolviendo problemas".

Esos problemas pueden ser tan fáciles de solucionar como necesitar más calorías, pero si se complica la maratonista entra en lo que llama "la cueva del dolor".

"Es esta imagen que he creado en mi cerebro de una cueva real, donde entro con un cincel y trabajo para hacer esa cueva más grande", explica.

"Cada vez que corro, quiero llegar allí (...) porque es donde realmente se realiza el trabajo".

Aún así, incluso con su asombrosa fortaleza mental, inevitablemente hay momentos muy difíciles. Eso ocurrió cuando perdió casi por completo la vista a 19 kilómetros de la meta. Siguió adelante, tropezando con las rocas y las raíces. "Iba dando tumbos por todas partes", dice.

Afortunadamente, era un sendero que conocía bastante bien, así que se sintió segura de que no iba a caer en un precipicio.

¿Tuvo miedo? "Fue menos que ideal", ríe.

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Cerebro fuerte

El ultramaratón es un deporte poco frecuente en el que hombres y mujeres compiten en igualdad de condiciones, especialmente en distancias largas.

Para Dauwalter, eso se debe a que correr más de 300 kilómetros no tiene tanto que ver con el tamaño de los cuádriceps o la capacidad pulmonar sino con la capacidad de mantenerse despierto, mantener la concentración o simplemente no vomitar la comida.

Mientras que para quien lo ve desde fuera este deporte parece una hazaña física imposible, ella insiste en que es mucho más mental.

"Lo que he aprendido con los años es lo fuerte que es nuestro cerebro y cómo, en esos momentos en los que nuestros cuerpos quieren rendirse, nuestros cerebros pueden ayudarnos a seguir adelante".

Es difícil no dejarse cautivar por el irreprimible entusiasmo de Dauwalter, por su contagiosa convicción de que si una desgarbada exprofesora de ciencias puede convertirse en una atleta profesional campeona del mundo, probablemente todos podríamos conseguir un poco más.

Dauwalter no pretende que la gente esté despierta durante días ni que corra 300 kilómetros, pero quiere que le den una oportunidad a su deporte.

"Es correr por senderos con amigos, intercambiar historias y no saber qué hay a la vuelta de la siguiente esquina. Es dejarse sorprender por las vistas, y al final sorprenderse por lo que has sido capaz de hacer".

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