05/06/23 | 09:02am

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Coraza, alabarda y uniforme para entrar en el espíritu de la Guardia Suiza

Por Clément Melki

Varias veces en semana, Jérémy y Paul se quitan sus camisetas y zapatillas para vestir el magnífico uniforme renacentista de la Guardia Suiza con su imponente alabarda. Dentro de poco prestarán juramento en el ejército de los pontífices.

"Se necesitan dos personas para ponerse el uniforme, la parte del cuello, el busto delantero, el busto trasero, las hombreras y el casco. Se tarda aproximadamente una hora y media", explica Jérémy, de 21 años, cuya coraza pesa 15 kilos, mientras charla con la AFP en la armería del cuartel.

Los mosquetones, espadas, cascos y armaduras recuerdan la historia del ejército más antiguo del mundo, fundado por el papa Julio II en 1506 y famoso por sus uniformes de colores, con franjas azules, amarillas y rojas.

Proveniente de una familia de granjeros del cantón de Friburgo, en Suiza, y carpintero de oficio, prestará juramento el sábado, junto con otros 22 compañeros, sobre un total de 125 guardias.

Se comprometerá a "sacrificar su vida" por el papa Francisco durante al menos 26 meses.

"Es algo bastante curioso: cuanto más se interesa uno por este mundo, más ganas te dan de entrar ", sostiene el joven, rubio, de ojos azules y corporatura imponente, quien sintió "orgullo y emoción" cuando se puso por primera vez ese legendario uniforme.

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La elegancia y el porte son inherentes a quienes eligen dedicarse a esta delicada tarea: proteger a los pontífices. (AFP)

"Extremadamente variado"

Unos metros más allá, en el patio adornado con las banderas de los cantones suizos, Paul -cuyos apellidos no se mencionan por razones de confidencialidad-, de 22 años, repite en grupo los gestos precisos del juramento.

Llegó al Vaticano en enero, se sometió a dos meses de capacitación, entre ellos uno en Suiza con la policía, y comenzó el servicio en marzo. Tiene turnos, patrulla día y noche, y vigila las entradas y los lugares claves del Vaticano.

"Cuando se llega aquí, quedamos impactados. Al inicio pasamos mucho tiempo admirando todas estas pinturas, son fabulosas", sonríe en medio del salón dorado del palacio apostólico, mientras justo detrás de la puerta hordas de turistas fotografían la Capilla Sixtina.

La idea de formar parte de ese ejército histórico le surgió en 2016 durante un viaje con la familia a Roma. Reunía todas las condiciones para ser admitido: hombre, soltero, de nacionalidad suiza, católico practicante, de entre 19 y 30 años, de más de 1,74 metros de altura y con "una reputación intachable".

Como todo nuevo recluta, tuvo que absorber gran cantidad de información en un tiempo limitado: aprender italiano, saludar, marchar en formación, empuñar la alabarda, hacer la guardia, pero también reconocer los rostros de los trabajadores y colaboradores de la Santa Sede.

"Es un honor para Suiza", pero también "es algo complejo, porque el trabajo es extremadamente variado", sostiene Paul, cuyos conocimientos son evaluados periódicamente.

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Varios guardias suizos aparecen de pie en la puerta de bronce del Palacio Apostólico, unos días antes de la ceremonia de juramento de los nuevos reclutas de la Guardia Suiza en el Vaticano. (AFP)

"Sentido del deber"

La historia de la Guardia Suiza ha estado marcada en las últimas décadas por dos trágicos acontecimientos: el intento de asesinato de Juan Pablo II en 1981 y la misteriosa muerte del comandante y un vicecabo en 1998.

La seguridad del pontífice, compartida con la gendarmería vaticana, incluye también la gestión de los millones de turistas que visitan el Vaticano, su basílica, sus museos y jardines. Los guardias suizos se definen como soldados de élite, que deben usar las armas sólo en situaciones extremas.

A los nuevos integrantes se les invita a practicar deporte y mantenerse en forma. "Es bastante exigente estar de pie durante horas", reconoce Jérémy frente a la sala de gimnasia.

"Siempre debemos estar listos para intervenir si algo sucede", cuenta.

"El papa aseguró una vez que nos consideraba su tarjeta de visita" y "es que nos han dicho que somos los suizos más fotografiados del mundo", bromea.

Las reglas exigen estar dispuestos al compromiso y a las limitaciones. A diferencia de la mayoría de los jóvenes de su edad, los guardias suizos no tienen la posibilidad de salir a bares o conocer gente.

"No es un monasterio, tenemos derecho a salir, pero el servicio es la prioridad. Eso inculca mucho sentido del deber", explico Jérémy.

Como él, muchos vienen a alimentar su fe católica gracias a las misas y los retiros espirituales, una forma de prepararse para el futuro. El resto del tiempo pueden visitar Roma, ir a la playa, escalar rocas o correr en los suntuosos jardines del Vaticano.

"Vivimos en un mundo cargado de historia: somos muy privilegiados", reconoce Jérémy, que no descarta la posibilidad de quedarse un tercer año.

"Es una gran familia, hay mucho compañerismo y ayuda mutua", observa satisfecho.

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