"Amo, bendigo y agradezco el proceso que me espera". Este maravilloso post realizado en Facebook el pasado 11 de enero fue la antesala de una cirugía a la que fue sometido un día después para remover un cáncer encapsulado cerca de la próstata, solo que su situación se complicó después de que una bacteria se alojara en un pulmón.
Durante días dio la batalla como el indómito guerrero que fue; tras su partida, este 9 de febrero, Álvaro Marenco Marrocci dejó una estela de duelo pocas veces vista en el país y que se ha vertido y palpado en las centenares de manifestaciones de amor, colecciones de recuerdos, hermosos mensajes póstumos y sí, muchas lágrimas también. Sobre todo cuando el hombre de las cien y una facetas artísticas ofreció a sus miles de amigos dentro y fuera del país, una frase de esperanza pero, a la vez, de consuelo... "Amo, bendigo y agradezco el proceso que me espera".
Su muerte la confirmó este jueves su hijo, Ítalo, por medio de redes sociales.
Con 79 años --cumpliría 80 el 22 de abril--, Álvaro vivió a troche y moche a partir de una inquieta infancia en la San José de los años 40; a sus 18 su papá lo "fletó" --como decía Marenco-- para España con el fin de que se convirtiera en profesional en Europa. El destino le marcaría otro sendero y regresaría a Costa Rica una década después, a fines de los 60's, con el hippy se trajo dentro y que lo acompañó hasta su último día terrenal.
Es que “Álvarito”, como le llamábamos muchos de sus amigos o conocidos, se comió la vida cruda y a cada etapa, cada día, cada hora pareció exprimirle el jugo como si no hubiera un mañana. Parece que fue ayer cuando anduvo “rajando” con orgullo y blandiendo por todas partes –empezando por su activo muro de Facebook– su carné de adulto mayor.
De rebote nos arrastró en esa locura de vida con ese pragmatismo único en él, quien tras estrenar ya fuera una obra de teatro, una película en los cines o una de tantas campañas publicitarias que protagonizó –siendo ya adulto mayor– al día siguiente de las premieres, las loas y los aplausos, se levantaba como siempre, lleno de energía y se iba hacer fila como cualquiera en la parada del bus de Sabanilla, donde residía.
Ya dentro, se sentaba a ver el paisaje por las ventanas del bus y por supuesto, entablaba conversación con su vecino de asiento, sea que lo reconocieran o no: él era una especie de sociólogo o antropólogo de la vida y de sus semejantes: diciéndolo con menos tecnicismos, Alvarito tenía una fascinación particular por el devenir de las vidas y vivencias ajenas.
Álvaro fue siempre un rebelde con causa. Privilegiado, podría decirse, pues apenas con 18 años, recién arrancando la década de los años 60, su papá lo “fletó” (como decía Varo) para Europa, específicamente a Madrid, con el fin de que estudiara abogacía y se asegurara un prestigioso futuro como exitoso hombre de leyes.
Como lo contaba Alvarito, ocurría que ya el progenitor adivinaba la fascinación por las artes en todas sus formas desde que él estaba entrando a la adolescencia y el señor se le quiso adelantar al destino, pero era inexorable: tras una frustrante experiencia tratando de cumplir con los lineamientos de su papá, pudo más su fuelle interno, después de dos años de lucharla abandonó la Facultad de Derecho y se dedicó a darle rienda suelta al amor de su vida nada menos que en la Europa de los años 60, específicamente en París.
De esa ciudad se enamoró perdidamente y ahí empezó a dar sus primeros pasos en artes escénicas donde empezó literalmente desde abajo: pegando rótulos promocionales en las paredes de los teatros de entonces en la Ciudad Luz.
Su palmarés es alucinante: Más de 150 obras teatrales, 65 montajes en danza, más de 100 cortos audiovisuales, 21 largometrajes en el extranjero y más de 30 en Costa Rica.
A Varito le diagnosticaron “hiperactividad” desde carajillo, como decía él al recordar los calentones de cabeza que les daba a sus maestros y a sus papás, lo cierto es que el mencionado diagnóstico tenía toda la razón de ser y sí, la vida de Álvaro Marenco parece haber inspirado la canción del Pirata Cojo de Joaquín Sabina: hizo de todo, siempre le sobraron energías y resistencia hasta su minuto postrero.
Porque no podía ser de otra forma: libro abierto en las buenas, en las extraordinarias y en las complicadas se valió de su gran popularidad en redes sociales, particularmente en Facebook, y después de contarle a todo el país su lucha contra el Covid “¡Casi me palmo, muchacha, ¿viste?!” me dijo hace poco menos de un año, cuando ya había salido del hospital y realizaba religiosamente sus ejercicios para recuperar movilidad y masa muscular.
Cercano, cariñoso, querendón pero respetuoso hasta la médula, era un lujo integrar el círculo de sus cientos --mejor dicho, miles-- de amigos a quienes nos trataba de "Maje" mientras nos ofrecía una cervecita acompañada de aceitunas, quesos y fiambres, o bien, café negro con un pancito "bien rico" en la sala de su casa desde haría unos 25 años atrás, una acogedora seguidilla de aposentos-dormitorios (donde daba acogida a algún amigo que necesitara 'dormida'), repletos de cuadros, vitrales, fotos y todo tipo de muestras de arte.
Tras una década en Europa, en sus 30's Marenco regresó a Costa Rica, según él, por una temporada antes de regresar a Europa. Pero el destino le había trazado otro camino y terminó casado con Roxana Campos; la pareja procreó a Danny, Valentina e Ítalo Marenco, y luego los dos últimos los convertirían en abuelos, tras el nacimiento de Luca (hijo de Valentina) y de Irene (hija de Ítalo).
Roxana, quien a la postre se convertiría en una respetada actriz, directora, dramaturga y profesora, falleció de cáncer el 8 de noviembre del 2020.
Ella y Álvaro se habían separado hace varios lustros en santa paz, de hecho, era de conocimiento público que tenían una relación armoniosa entre ellos y en conjunto con sus hijos y nietos, a no dudarlo, un pequeño gran ejército con el lema tácito de "todos para todos".
Álvaro disfrutaba muchísimo de su soledad, aunque prácticamente nunca estaba solo. Y cuando le daba por refugiarse en momentos de silencio y solaz, apagaba el celular y se ponía a ver una película o a escuchar música de la exquisita colección que atesoraba.
Alguna vez hablamos sobre relaciones de pareja y parecía preferir la soltería porque consideraba que la convivencia era muy difícil. De todas maneras, seguirle el ritmo a Marenco posiblemente era una tarea titánica.
También hablamos de la muerte varias veces. Específicamente, plasmamos una introspección suya al respecto en una entrevista publicada en abril del 2017: "Yo no le pongo mente, vivo al día, siempre estoy acompañado, demasiado acompañado, por eso saco el tiempo para estar conmigo mismo. No le pongo mucha mente a nada. No me complico. Sé muchas cosas pero tampoco quiero ser sabio ¡qué pereza! se le va toda la gracia a la vida. Y sí, si pienso en la muerte, pero no mucho. A veces me sorprendo y me reprendo --dice, frunciendo el ceño--, porque me gusta imaginar lo que va a pasar cuando yo me muera. Algún día va a pasar, entonces (risas), qué tonto, me imagino a todo el mundo muerto de risa, contando cuentos míos, pero claro, también quiero que la gente llore ¡no joda! ¿será muy ególatra de mi parte? Ni sé. Pero sí, que se rían y que lloren mucho, y que vaya mucha gente y que aquello sea un desmadre. Eso me gustaría mucho”, dijo en aquel momento en entrevista con La Nación.
Así sea, Alvarito. No se diga más.
La vela de Marenco será este jueves, en la funeraria del Magisterio Nacional, Barrio Pitahaya, a partir de las 6 p.m.; la misa se realizará el viernes 10 de febrero en la Iglesia de Barrio Don Bosco, San José. Los detalles sobre el funeral se comunicarán en las próximas horas, según informaron varios familiares.
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