AFP
Un bebé duerme acunado por su madre bajo una carpa en un campamento en los lindes de Afganistán. Expulsada de Pakistán, esta familia afgana debe ahora reconstruir una nueva vida.
En el enorme campo de tránsito instalado en la ciudad fronteriza de Torkham, muchas de las tiendas alineadas al pie de unas grises montañas ya están vacías.
Camiones sobrecargados de familias con coloridas mantas y utensilios de cocina se preparan para emprender el camino.
Al menos 210.000 afganos han pasado por Torkham en los últimos dos meses después de que Pakistán declarara indeseables a los indocumentados. Algunos llevaban 40 años fuera de su país, incluso toda la vida.
Desde ese campo son enviados a distintas provincias afganas, con 15.000 afganis (casi 220 dólares) en el bolsillo que apenas sirven para mantener a una familia durante un mes.
En su destino, a menudo no les espera nada, ni nadie.
"No tenemos sitio adonde ir. No tenemos casa, ni tierra, yo no tengo trabajo", dice Sher Aga, de 43 años, padre de nueve niños y exguardia de seguridad en Pakistán.
Está a punto de subir al camión que los llevará hacia el norte, hacia su provincia natal de Kunduz, de la que partió con cinco años y no guarda ningún recuerdo.
"Ya no tengo familia" en Kunduz. "Mi hijos me preguntan: '¿Pero a qué país vamos?'", dice Sher Aga.
En su tienda, con el sello de "China Aid", Amina esconde su rostro tras un velo rojo. A sus 40 años tiene diez hijos. Van destino a Jalalabad, la capital de la provincia de Nangarhar donde se sitúa Torkham, y donde tiene "muchos hermanos y sobrinos".
"He pedido a mi familia que nos encuentre una casa" para alquilar, "pero dicen que no hay", lamenta. "Nadie ha venido a vernos", agrega.
"Si los chicos no trabajan, no saldremos adelante", dice Amina, con la economía del país hundida y el desempleo por las nubes.
"En Pakistán, trabajaban en los mercados y ganaban bastante dinero. ¿Cómo lo haremos aquí?", continúa.
En otra tienda azul se hacinan los 16 miembros de la familia de Gul Pari. Duermen encima de cartones, sin mantas, aunque por la noche la temperatura baja a 15 grados.
La voz de esta afgana de 46 años queda sofocada por las bocinas de los camiones-cisterna que vienen a entregar agua, muy necesaria en este campo desértico. Detrás suyo corren descalzos niños sonrientes.
La madre de esta familia de traperos explica que marcharán en cinco días hacia Kunduz para rehacer su vida en este país al que no había vuelto en 40 años.
"No tenemos nada. Tenemos miedo de morir de hambre. Pero si encontramos trabajo, irá bien. Estaremos contentos en nuestra patria. En Pakistán nos acosaban", dice la mujer, con su nieto visiblemente desnutrido apoyado en sus piernas.
Muchos de estos refugiados, que escaparon de un país asolado durante cuatro décadas por las guerras, explican que la mejora de la seguridad tras el regreso talibán en agosto de 2021 también les empujó a volver.
Amanullah y su familia terminaron en la provincia vecina de Laghman, sin lugar al que dirigirse, después de Pakistán y "su brutalidad".
En medio de la decena de carpas de la Cruz Roja plantadas en este paisaje lunar, el hombre de 43 años, 35 de ellos vividos en Pakistán donde trabajó en la construcción, describe la dureza del campamento para él, su mujer y sus seis hijos.
"No hay baños" y "las mujeres tienen muchas dificultades" porque deben esperar a que caiga la noche para salir, explica.
Solo hay dos horas de electricidad diarias para recargar los teléfonos. "Todas las tiendas están a oscuras" cuando cae la noche, dice mientras enseña una pequeña linterna.
"Tenemos niños pequeños, con lo que tenemos muchos problemas", continúa. "Si nos quedamos aquí cinco días, un mes, un año, puede funcionar. Pero nos hace falta trabajo, una casa. Tenemos que empezar de cero".
Un poco más lejos, la camioneta abierta donde se hacinan Shazia y otras 20 mujeres y niños se ladea peligrosamente en una de las curvas de la carretera que lleva a Jalalabad.
Shazia ha tenido más suerte que las otras: su marido pudo salir dos días antes de Pakistán y encontró en Jalalabad una casa para cuatro familias.
"El alquiler es caro, pero esta noche podremos dormir", dice este mujer de 22 años, madre de tres hijos, el más pequeño de dos meses.
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