La X Bienal Centroamericana fue inaugurada ayer a mediodía, justo cuando Limón ofrecía su más cálido abrazo. Mientras el arte hizo lo que pudo con el público, el calor hizo lo que le dio la gana con todos
31/08/16 | 15:55pm
Noel no despega los ojos de la cabeza rapada de un individuo al que le hacen un tatuaje. Su interés es tan intenso que es participativo. Tras un breve interrogatorio, confiesa: “Traté de sobrevivir de eso, y me resultó, pero de unos 6 años para acá, lo dejé. Me deshice del equipo. En sí, era mi pasión”.
No es la primera vez que Noel Sierra Flores, de 26 años, ve tatuar a alguien, pero sí la primera en que le aseguran que hacerlo puede ser considerado ‘arte’.
Noel trabaja en la cuadrilla de mantenimiento del antiguo edificio de la United Fruit Company, en Limón, un monumento a la ‘arquitectura transnacional’ de principios del Siglo XX que, al menos hasta hace muy poco, había servido para fines menos elevados que el arte, pero por una extraña coincidencia, la X Bienal Centroamericana transformó su lugar de trabajo en un lugar de esparcimiento, uno que él y su familia decidieron visitar en calidad de público.
Además del performance 'Nuevo Mundo', de Javier Calvo, lo que más sorprendió a Noel fueron los dibujos del salvadoreño Juan Carlos Lazo, y que hubiera helados y cervezas gratis.
De nada sirven las puertas y balcones del salón del segundo piso donde ocurren los acontecimientos inaugurales, porque la brisa, si se animara a entrar, probablemente terminaría convertida en vapor. Y como diría el difunto Juan Gabriel, ‘lo que se ve no se pregunta, mijo’, y aquí lo más evidente es que, cuando se padecen 30 C° grados a la sombra, el estrago menos terrible es el frizz.
El breve acto oficial transcurre mientras la concurrencia se derrite colectivamente, a chorros, de pies a cabeza, sin mover un dedo.
Sudan copiosamente, sobre todo, los invitados que, esa misma mañana, llegaron desde San José en tres buses acondicionados; personalidades relacionadas al mundo del arte regional y continental que, una vez liberadas en tierras limonenses, convirtieron sus programas de mano, bellamente diseñados, en abanicos de emergencia.
Artistas regionales especializados en todo tipo de climas hostiles opinan que las batallas contra el calor se pueden ganar, pero difícilmente las que se libran contra la humedad.
Y a propósito de bananas hostiles, parece que los trece artistas invitados a dejar su huella en esta sede no pudieron hablar del clima centroamericano sin mencionar al nemagón, nuestro ‘agente naranja’ vernáculo, tal y como hizo el colectivo nicaragüense Veinti3 en el espacio que le tocó: “Las brisitas de nemagón cayeron de los cielos. Todas las etiquetas estaban en inglés”.
La fotógrafa nicaragüense Margarita Montealegre hace una acotación pedagógica: las plantaciones de algodón también fueron arruinadas por este plaguicida, cuyo espejo deformante nos refleja hasta la fecha.
Sentada en una silla solitaria, con el rímel corrido, la colombiana Celia Sredni de Birbragher pretende pasar desapercibida, pero el sudor no se lo permite. Esta gurú del arte latinoamericano, directora de la revista Art Nexus, se pregunta si en esta sede únicamente se habla de bananos y si no habría sido mejor idea hacer el evento después del mediodía, cuando la temperatura no alcanzara niveles criminales.
Más adelante, con las mejillas sofocadas, la crítica panameña Adrienne Samos también hará su intervención lapidaria: la verdadera obra de arte es el calor.
No es cuento. Tarde o temprano, todos han visto caer su gota gorda, desde la ministra Sylvie Durán hasta la curadora Tamara Díaz, pasando por el Triángulo de las Bermudas –Ronald Zurcher, Andrés Pozuelo y Jacobo Karpio– hasta llegar al orgullosamente desaliñado Guillermo Vargas ‘Habacuc’, que a pesar de no ser precisamente uno de los artistas invitados, tampoco parece agrietarse a causa del barreal.
Todas las conversaciones deben ser interesantes, pero pocas como la que ofrece la galerista nicaragüense Juanita Bermúdez. Nadie como ella para relatar los saltos de la Historia con su propia carrera con obstáculos, pues Juanita pasó del exilio en México a ser mano derecha del escritor Sergio Ramírez en los años 80, hasta convertirse en coordinadora cultural de una de las fundaciones más poderosas de Nicaragua, la Ortiz-Gurdián.
Algunos artistas, como los ticos Federico Herrero y Óscar Figueroa, sencillamente se plantaron en mitad del espacio público, aprovechando las licencias de una edición de la Bienal que por primera vez les permite no concursar y, además, hacerlo lejos de San José.
Aunque la tentación de la manada era grande, poco a poco la multitud abandonó la enorme galería ardiente y se fue en busca de lo mismo, el alivio del aire libre.
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